viernes, 24 de octubre de 2008

talibanes

Nir Rosen no ha tenido suficiente con la guerra de Irak. Ha estado en Afganistán y ha llegado hasta un grupo de talibanes que ha conseguido en la práctica hacerse con el control de la mayor parte de la provincia de Ghazni, a unos 150 kilómetros al sur de la capital.
Junto a las peripecias de Rosen, que por momentos no sabe si va a salir vivo de la aventura, aparecen también unas cuantas opiniones de diplomáticos, cooperantes y espías, todos conscientes de que la guerra ha entrado en un punto sin retorno. Los talibanes ya no pueden ser derrotados y el Gobierno no está en condiciones de revertir la situación. Por un lado, es demasiado corrupto. Por otro, depende de los señores de la guerra y los caudillos tribales, dispuestos --como es habitual en las guerras afganas desde el siglo XIX-- a venderse al mejor postor o a aquel bando que lleva la iniciativa.
Yusuf [uno de los talibanes que acompaña a Rosen y cuya función es también protegerle de otros talibanes] points to a police checkpoint. The police know him, he says, but do nothing to stop him. "Every night I go on patrol, and they don't fight me," he says. "They don't have guns, and they are afraid."
The police, in fact, often defect to the Taliban. Shafiq [otro talibán] recently bought two jeeps from the police, who later told the Interior Ministry that the vehicles were destroyed in an attack. "The police are highly corrupt," a senior U.N. official in Kabul tells me. "They are at the center of the collapse of the Karzai government, their corruption makes people support the Taliban." The cops have even taken to robbing U.S. contractors. "The police will raid foreign companies and just steal everything, iPods, money, weapons, radios," says an intelligence officer. "People might hate the Taliban, but they hate the government just as much. At least the Taliban have rules. This government, they're just parasites fucking with you."
Un aspecto interesante del reportaje es la valoración personal que hace Rosen de la conducta de los talibanes que conoce. Algunos no dan por hecho en absoluto que una hipotética victoria conduzca a la vuelta al poder del mulá Omar y del sector más intransigente de los talibanes.
Otros rechazan algunas de las medidas que impuso Omar en su época en el poder, como la prohibición del trabajo de las mujeres. Es discutible hablar de una 'moderación' de los nuevos talibanes. Se me ocurre que una fuerza insurgente debe aplicar el grado de terror necesario para ajustarse a sus intereses: el suficiente como para hacer ver que cualquiera que coopere con las autoridades será eliminado, pero no tanto como para hacer creer que la única garantía de supervivencia de la población civil reside en alinearse con el Gobierno.
Más allá de esto, lo más importante es que Rosen no perdió la cabeza en su viaje. Literalmente.

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